18 de diciembre de 2014

Apatía, que no Hipatia

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Ya nos referimos hace unos meses en este blog a Hipatia, filósofa y neoplatónica griega que destacó en territorios como las matemáticas o la astronomía, y a la que Alejandro Amenabar dedicó una preciosa película el año pasado (‘Agora’). En este post nos queremos referir a la apatía que genera la comunidad científica en otros territorios del saber, en otros ámbitos de actividad, económica, social, etc. Una apatía que, a menudo, es sinónimo de antipatía. Las razones pueden ser múltiples, pero creo que es una evidencia la ‘lejanía’ –urruntasuna era el término que utilizaba para explicármelo en euskera un científico reconocido recientemente- creada entre la comunidad de profesionales que se cobijan en el saber científico y diferentes sectores de la sociedad.

La comunidad científica, no sin razón, percibe que el desconocimiento de la labor que realizan y el valor que aportan es de una magnitud realmente preocupante, les parece inaudito que la labor desarrollada por ellos durante largos años, que les ha hecho acreedores de reconocimiento internacional, pase tan desapercibido entre los principales prescriptores de opinión del país. Sienten un halo de sospecha hacia ellos, de ser una supuesta ‘corte’ de privilegiados al amparo del ‘calor’ de instituciones académicas públicas que no se sabe bien qué hacen porque, o bien esconden sus resultados o bien éstos son trasladados y difundidos envueltos en unos ropajes discursivos totalmente encriptados, lo que les hace más antipáticos si cabe. Poco o nada se sabe de su esfuerzo intelectual continuado durante años y de sus aportaciones científicas avaladas por la comunidad científica internacional.

En un mundo y un país donde lo tangible y el retorno en el corto plazo se convierte en la máxima sobre la que se mide y diferencia lo importante de lo secundario o banal, los científicos –algunos, bien es cierto- observan con cierta preocupación la situación y empiezan a reflexionar sobre foto3‘qué habremos hecho mal para llegar a este punto’ y ‘cómo podemos invertir el estado actual de las cosas’. En definitiva se preguntan por qué no se les entiende, no se les comprende y no se les aprecia más. Quizá la sociedad –y los agentes o prescriptores de opinión mencionados- deba meditar también el por qué de su actitud, el por qué de su mirada tan lejana hacia el mundo del conocimiento.

Los historiadores nos dicen que Hipatia fue víctima de la confrontación entre cristianos y paganos, otros hablan de que fue víctima del conflicto entre el poder civil de Orestes –Prefecto de Roma- y el eclesiástico de Cirilo –Patriarca de Alejandría; sea uno u otro, parece ser que estuvo en medio del fuego cruzado. En el territorio que nos ocupa más que fuego cruzado, se intuye indiferencia y apatía.

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